Agridulce

Vive su vida y colecciona momentos.  Los aprecia y los conserva (rutinariamente, pero siempre consciente) a todos en su caja de recuerdos. Esa caja de recuerdos que los contiene a todos con la esencia viva de cada uno de ellos, el primer contacto con la arena cálida que enterraba sus pies cada vez más en esas vacaciones con sus amigas a la costa donde la adrenalina se encargaba de erizar su piel esos 7 días, la euforia mezclada con la emoción y el sabor de sus lagrimas surcadas en su mejilla durante la ceremonia de su egreso. Hasta esos que ella misma se encarga de afirmar como sus recuerdos “menos precisos”. Pero yo fui consciente y víctima de cómo se quería mentir así misma, quizá para que nadie observe su secreta habilidad para hacerlos revivir hasta el punto de poder aspirar, sentir y oler nuevamente el perfume de su cuello mientras lo besaba, sentir por segunda vez (y las veces que ella más quisiera) el tacto suave de la yema de sus dedos con su pelo. Sabe congelar las risas, para escucharlas tan fuerte y tan vivas como el día que las escuchó por si misma, para evitar recordarlas solo como un eco que se apaga cada vez más a causa del tiempo que pasa y las deja olvidadas.


A esos recuerdos los aprecia y los entierra tan al fondo de su propia memoria, sólo para no asimilar que pese a sus sensaciones más vivas, puras y capacidad para transportar su alma y sensibilidad al pasado, ya no volverán. Pero de su cara brota su mejor sonrisa para afirmar que en realidad no le importa repetirlos en su vida, sino en su mente y en su alma.

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