Con la casa en orden
Su boca supo
pronunciar y articular más de una vez un “te quiero” que siempre mutaba a un
“te amo” acompañados de besos. Sus
brazos supieron abrazar, acariciar y contener. Sus palabras según él, siempre
estaban en el tiempo y momento indicado, con la persona indicada. Quizá era por
su condición de enamoradizo, por su
capacidad de despertar en el otro lo que él quería sentir y así sentirse
satisfecho. Sí, así de egoísta, o también su estado de soledad lo arrastraba a
eso.
Nunca se
permitió dudar de sus sentimientos aunque a veces se le complicaba tratar de
descifrarlos, se preocupaba para que sean inalterables, para demostrar que él
no era una víctima más del desencuentro ni de la histeria que más de una vez
supieron apiadarse de las almas que solo aspiraban a querer y a dar amor.
Se creía
enamorado de aquellas señoritas que solía atraer, bañadas en vanidad que solo
aspiraban a un poco de atención y exposición. Pero él sólo estaba enamorado de enamorar.
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