Te llevo para que me lleves.
Siempre
me gustó estar arreglada, el ritual de abrir el placard y hacer tintinear las
perchas para escuchar el sonido de su contacto, sacar la prenda y dejarla en la
cama aunque falten horas para el momento de usarla. Sacar el cofre de
maquillaje era incluso mejor. Abrirlo y sentir el olor a base sin usar hace
tiempo. Me gustaba ver como con el uso de esos elementos me preparaba para algo
grande, para algo que iba a valer la pena. Por eso realmente disfruto ese plomo
de mujer, me hacía sentir que podía disfrutar la ocasión incluso antes de que
empiece y sentir que duraba más y se extendía en el tiempo. Todo esto terminaba
con unos pfs pfs de perfume en el cuello. El perfume que más te gustaba o
gusta, bah no sé si el pasado es porque el gusto de un aroma no cambia, o
quizás en realidad me refiero a lo que ese aroma te hace sentir o acordarte o
viajar solo cuando depositas la nariz en él.
Toda
esta ceremonia, sabía, no tenía sentido. ¿Para qué? ¿Para qué elegir
cuidadosamente la ropa si tan solo con su presencia me desnudaba de la cabeza a
los pies? me sacaba y despojaba de todo aquello que había elegido para ponerme
y de todo aquello que había pensado que iba a ser, de lo que iba supuestamente
iba a sentir (o yo quería sentir). Me desnudaba los pensamientos, las
preocupaciones, los miedos. Tan solo su presencia lo lograba. Me desvestía cada
una de las prendas que cuidadosamente había elegido con el tacto de sus manos.
Sabía lo que hacía, sabía que me desquitaba de toda la tela que tenía puesta,
pero no sabía lo que eso significaba para mí, que me vean así sin nada. Que
quede al descubierto aquello que me daba vergüenza y por lo que tenía la
constante necesidad de cubrirme, para que nadie me vea así. Pero me quedaba, pacíficamente
aún con lo que eso significaba; y no me juzgaba, ni me lo reprochaba. Desnudo,
libre, des prejuicioso era mi ser en su presencia.
El perfume era el único que
persistía y que con tan solo sentirlo hace que me acuerde lo satisfecha que estaba
ahí sin saberlo; y ojalá que cuando huela ese aroma denso pero fresco recuerde
lo miserablemente increíble que me hizo sentir. Me desnudaba con ternura, con
delicadeza pero con desinterés, incluso me hacía sentir feliz aún con todo el
esfuerzo que le ponía al arte de mi vestir mi ser. En serio no sabía que me
desnudaba, pero lo hacía y ¡cómo lo hacía! Aún logro descubrir si me dolió ese
despojo o si me hizo descubrir que incluso con la piel y la mente al
descubierto se está más vestido que nunca.
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