Hoy tampoco
Todos los viernes la misma historia. Pensar en el Viernes. Esperar el Viernes. Rogar que llegue. Aunque sea recién Lunes. O Miércoles. Los días intermedios siempre fueron un obstáculo a mi ansiedad. A esa ansiedad que se hacía más grande cuando llegaba el día estrella. Porque los Viernes eran un: " ¿y si sí?" "¿Y si era el día?" "¿Y si era el comienzo de algo grande? "'Y si al llegar a mi casa ya no solo volvía con tragos de más en vano?" Esos tragos que tomás después de las 4 am innecesarios, pero necesarios para sentirte en "esa" y que te impulsan a mandarte cagadas que te dan una excusa para volver riéndote a tu casa.
El viernes se convirtió en la razón de mis triunfos, y en la razón de mis noches de mierda. No importa si había tenido problemas en el trabajo, para mí el viernes a la noche iba a conocer al Chino Darín y me iba a llevar a vivir a España. (Lo conocí posta pero no me llevó a España. Bajón).
Viviría eternamente para sentir ese micro clima que genera. Llegar al boliche y (esperar) que tu vida cambie en 4 horas. La atmósfera cargada de la pesadez del aroma a perfume. No. No es el perfume que usás para ir al laburo o a la facultad. Es ese perfume que te ponés solo en ocasiones especiales, como si la situación ameritara tu mejor ropa y tu mejor aroma.
Siempre se sorprenden cuando digo que sólo me prendo cigarrillos los Viernes."Pero te digo que sólo fumo cuando salgo. En serio. El pucho de noche tiene hasta gusto más rico." Es la terapia mortal que te entretiene mientras pensás en lo que viene. La combinación del cilindro con los tragos sofisticados que te ofrece el barman te hacen sentir la Mujer Maravilla. Te querés comer el mundo. "Total es Viernes" te decís internamente. Hasta que son las 5 am y te das cuenta que un día de la semana no va a hacer que el destino modifique sus planes. Pero te mentís y te decís: "Bueno todavía hay esperanzas. Todo puede pasar". Mentira. Terminás resignándote, yendo a la puerta del boliche aún tratando de convencerte que pueden pasar cosas buenas y mañana vas a estar en otro lado. Física o mentalmente. Mirando si algún sujeto va a ser el responsable de cumplir con tus falsas expectativas. Pero eso sólo pasa en las películas. O en la película mental que te haces toda la semana.
Y te fuiste. Y con vos se van todas las probabilidades de que tu vida cambie. Te subís al Uber. Ya está no te queda otra. Sólo esperás llegar a tu casa, sacarte los zapatos y desplomarte en tu cama mientras todavía tenés el efecto del poco alcohol que te queda en sangre. Fijando los ojos en algún cuadro o en el mueble cercano para ver si ya estás en condiciones de cerrar los ojos y dormir. Aunque estés en casa el Viernes no terminó. El maquillaje, siempre el último paso. Cierto, no sacartelo significa tener problemas con la dermatóloga y que te cague a pedos. Pero significa dar por finalizada la noche. El Viernes que no fue. Con firmeza removés los restos de base, delineador y rimmel. El rimmel, siempre lo que más cuesta. Siempre queda. Como quedan las preguntas sobre lo que pudo ser y no fue y por qué. Resignada, de mal humor y con el maquillaje sobrante, te vas a dormir. También con las ilusiones que quedaron latentes en alguna parte tuya ansiando ser materializadas. Falta una semana para el Viernes. Todos los Viernes la misma historia. Y contando.
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