Reflejos colectivos

Y cerré los ojos. Y no pensé en nada más, salvo en el mundo y en las personas que habitan en él. En esas 6.973.738.433 de almas que habitamos este planeta incluida yo. Puede sonar extremadamente trillado pero en ese momento se despertó en mí la curiosidad más típica que pudiese existir, como esas preguntas que me hacía a los 5 años, cuando ingeniosamente trataba de descubrir mi por qué y mi existencia en ese lugar intangible y de misteriosa precedencia llamado Tierra.

¿Cuántas personas están dando sus primeros pasos en la vida? ¿Cuántas personas están dejándola? ¿Cuántas personas están conociendo a ese ser por el que darían más que su vida? ¿Cuántas personas lo están dejando ir aunque estén desgarrados por dentro? ¿Cuántas personas están cantando eufóricamente mi canción favorita? ¿En el mundo habrá alguien que sea como yo, aunque sea del lugar más remoto por conocer? Creo que por más profundidad y explicación científica, filosófica o abstracta, la respuesta se redondea a miles de millones y millones de personas que en algún momento de su existir coincidieron con otra, como una conexión sin explicación, a lo que cotidianamente se le llama casualidad.


Sé que la respuesta es obvia, pero eso no me tranquiliza ni me mantiene conforme. El mundo lo habito yo. Lo habitás vos. Lo habitan ellos. Lo que hago yo. Lo haces vos. Lo hacen ellos (probablemente). Pero sí hay algo que me tranquiliza y me mantiene conforme: sentir que cuando realizo una acción en mi vida, la hago yo, Florencia para mí mundo, ese mundo terrenal que se reduce a mí vida, a lo que es mío y  a lo que sólo me pertenece a mí y a nadie más. Como un reflejo. Entre lo inmenso y abstracto y uno de esos innumerables seres que habita esa inmensidad. Osea yo

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