"Jaque Mate" dije yo.

Sucedió sin poder evitarlo. Me dejé ir, despacio pero me fui y me sigo yendo aunque con ganas de quedarme. Vos también te dejaste ir, pero te fuiste, sin remordimientos, ni dudando, ni recordando las razones que podrías tener para quedarte. El juego, las cartas, el tablero, el mazo, hasta los dados están desparramados por ahí, a la vista aunque a veces se pierden en el desastre y en los retazos que dejaste. Que dejamos. De alguna forma todo está intacto pero en lugar de cuatro dados, ahora son dos y el tablero está desdibujado como si el juego se hubiese dejado de jugar.

Atrás quedaron las apuestas que nos hacíamos. Aunque uno de los dos perdía, el otro ganaba y eso ya era suficiente, era el mismo juego, el mismo entusiasmo, las mismas ganas de apostar y de continuar aunque el otro perdía. Contagiabas mis ganas de seguir aunque nunca fui buena jugadora y más de una vez interrumpía dejando las cartas a la vista sobre la mesa como una forma de decir “me rendí”. Las reglas del juego eran nuestras aunque ese juego lo jugaban todos y cualquiera, algo funcionaba diferente: era nuestro. Esa palabra siempre me hizo sentir segura, refugiada. Ese nosotros formado por vos y por mí, que no permitía ningún participante más, ese nosotros que no dejaba que nadie entendiera nuestras estrategias ni nuestros atajos. 

Pero nos perdimos en ese intento de seguir jugando, de seguir tirando las cartas para seguir apostando. Los dados ya no alcanzan ese 6 tan utópico que se quiere alcanzar en cualquier juego de mesa, ahora caen en la superficie apoyados en la base entre dos números, las estrategias ya no sirven y cada vez hay más jugadores que tienen ganas de probar, el tablero cada vez se desdibuja más que antes. Ya no hay un juego. Ya no estás vos. Ya no estoy yo, me terminé de ir porque no hay un nosotros que me haga quedar. Quizá volvamos a coincidir en otra partida con otras reglas, dados que siempre den en 6 y hasta con un tablero nuevo. Pero hoy no tengo ganas de jugar.

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