Revolución interior

Tuve que colocar mi mano sobre mi frente un poco más arriba de las cejas porque el sol me encandilaba, mis ojos se hacían cada vez más pequeños producto de la luz brillante. Aunque me quemaba y me tapaba seguía mirando igual porque sentía que necesitaba hacerlo, como algo indispensable, como protección incluso para que el sol se refleje en mi cara y me dé un poco de calor. Sólo a mí se me ocurría salir un día fresco a las 10 de la mañana a andar en bicicleta con la mera excusa de “distraerme” cuando me podía quedar en mi casa mirando esa película que siempre posponía o incluso leyendo la revista que más cerca tenía a mi alcance. Pero ay, si ustedes me vieran... tan lejos, y tan cerca a la vez, tan alcanzable pero a la vez tan distante, tan concreta pero a la vez tan abstracta. A la bicicleta se la ve como ese vago transporte que se utiliza hasta que tenés la autonomía y el poder necesario para comprarte algo más sofisticado, pero para mí no, aunque no lo vean así los demás, esas dos ruedas unidas por un hierro hacen que no necesite más nada, ah salvo mis auriculares y una avenida amplia en la cual transitar. El sol, la bicicleta, la música que me moviliza, la avenida pacífica, me conectan con mi alma, son mi cable a tierra pero a la vez me conectan con el cielo,  con mi mayor profundidad interior. La pequeñez y lo insignificante de algo es lo que lo hace grande, glorioso y movilizador. Soy una amante y esclava de lo simple que revoluciona, engrandece y purifica. Que nunca se acabe

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