Un desequilibrio muy equilibrado

Dos extensiones naturales que van partiendo de un punto para llegar al otro lado, casi sin ningún soporte más que una superficie que no es del todo una superficie, ya que es solo un hilo que permite apoyar en ella solo una mínima parte de la zapatilla, acompañadas por una exagerada concentración y una descarga acelerada de adrenalina. Sinceramente siempre envidié a los equilibristas y a los demás artistas que trabajan en un circo. Creo que además de nacer con un don envidiable, nacieron sobrecargados de paciencia que renace y crece con el paso del tiempo.

Infinita cantidad de veces lo intenté y me caí antes de empezar, nunca pude experimentar esa sensación de seguridad y equilibrio a lo largo de todo el recorrido, nunca pude terminar y bajar con un paso firme como sinónimo de triunfo. O quizá incluso empecé, llegué hasta la mitad y me caí, cegada por la desilusión y confiada en que lo iba a lograr.
Pero cada caída, cada golpe, cada mancha de pasto en mi mano me permitió recordar y crear en mi mente, la sensación de haber intentado y revivirla cada vez que volvía a probar suerte en la cuerda floja.  Tocar el suelo en cada caída me daba la sensación de vida, de vivir, de querer seguir cayendo para seguir sintiendo. Sin importar que nunca lo iba a lograr. Irónico que ya no me importaba ese sabor dulce a triunfo y me quedaba con ese sabor amargo a derrota.


Todo bien con los equilibristas, con la acrobacia y con el circo, pero yo no busco resistir ni lograr más equilibrio del que tengo. Me tomo muy literal la palabra “cuerda floja” . Porque prefiero caerme pero recolectar recuerdos y moretones que hablan un “estuve acá” que ser inmune a las sensaciones y vivir a base de muchos “lo logré” 

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