Entradas

Mostrando entradas de 2018

Cada dolor tiene un nombre y yo quiero conocer el tuyo

Qué fácil se me hace escribir de vos. Porque te pienso y ya se que te quiero plasmar en algunas palabras. Renglones. Párrafos. Pero últimamente me pasa que releo lo que escribo y no te siento presente en mis modestas líneas. Siempre se me hizo difícil eso de ponerle “forma” o “molde” a lo que pienso, a lo que siento por dentro, a lo que está alojado en algún lugar que yo ni se que existe. Es ponerse a remar en el mar de mi cerebro con un palito que se parte al toque. Y con vos me cuesta un huevo. Porque en realidad siempre fuimos poco. Siempre fuimos algo a medias. Digo algo que nunca terminó porque en realidad también podría pensar que nunca empezó. Ah, y decir que siempre fuimos “nada” es demasiado crudo. Porque en realidad siempre hay algo, un intercambio de muchos “nadas”, de un puto like de instagram (tan millenial que duele) , de una complicidad que nunca trasciende. Nunca se hace historia. Queda alojada en algún momento del pasado esperando siempre el momento del “y ahora va a

Y acá estás

De algo estaba segura. Podía dudar, o incluso cambiar algunos aspectos de mi personalidad o pelear con ellos, pero sabía que mi intuición o la percepción que tenía era irrenunciable. Nunca supe si lo podía definir como una virtud. O como un rasgo de la personalidad. O atribuirlo al hecho de ser pisciana. Siempre estaba ahi. Tenía como un sexto sentido que me tocaba todos los rincones de mi cuerpo cuando algo iba a ocurrir. Se hacia sentir como si ya fuera propio. Como si ya hubiera pasado de forma silenciosa pero en realidad estaba por. Aunque después me saliera todo para el orto. Siempre antes de que las cosas empiecen sabía que iban a empezar. Con vos mi intuición se agudizaba bocha. En realidad ahora que lo pienso mientras lo escribo, quizás siempre fue un poco obra de mi mente. Siempre quiero que me pases. Entonces por eso ya te sentía mío aunque estuvieras lejos de serlo.  Sentía que era una obviedad, que teníamos que ser. Hoy. Mañana. No importa cuando. Me parecía una joda que t

Todo va a caer

Mi nombre es Florencia Romano. Nací el 7 de marzo de 1996 en Buenos Aires. Provengo de una familia tradicional, conservadora y bastante católica. Desde que aprendí a hablar asistí a un colegio religioso. A un Colegio de Monjas. Más precisamente. Hasta mis 15 años me mantuve fiel a ese modelo. La Florencia que había ido a misa todos los domingos, que estaba siempre de punta en blanco. Que usaba ropa de señorita delicada. Y hasta me molestaba cuando las demás no eran así, o no se vestían de la misma forma.  Mi primer quiebre lo tuve después de haberme confirmado. Fue casi como una revelación. Sentía que algo no estaba bien. No sabia si era yo. O si eran los demás. Todavía sigo descubriendo todos los días de mi vida si creo en Dios. En qué Dios. O en cuantos. No así en la Iglesia (por mí que arda en llamas). Casi por arte de magia ese quiebre facilitó los otros. Supongo que lo que más me hacia ruido era que una parte mía quería cambiar y la otra no. Porque yo me identificaba con mi cri

Jugando con fuego

Qué paja tener sed y no tener a mano ni una botella, ni plata para pasar por un kiosco a comprarte aunque sea un Cepita. Qué paja tener sed y sentir que tenés un nudo en la garganta. Pero esta vez no un nudo de tristeza, ni el nudo del llanto atragantado. Sino un nudo de fuego, de sequedad. Encima el hijo de puta de mi cerebro en lugar de pensar en cualquier boludez no, me piensa a mí inmersa en una pileta llena de botellas de agua o a mí abriendo una heladera cargada de bebidas. Por lo tanto el nudo de fuego ya se sentía como la boca de un dragón. En un momento pensé que me iba a desmayar de sed. Nunca supe si eso era factible de que suceda pero en ese momento lo vi como una posibilidad inmediata. Para agregar un bondi me separaba de mi casa (y de mi billetera).  Y lógicamente en ese bondi más de uno tenía a mano la botella que yo tanto ansiaba poseer. Quien iba a pensar que iba a morir por una botella de agua cuando cualquier día me parecería lo mas corriente del mundo. Cuando lle

Creo que es momento para otra bomba de humo

Al final lo que me termina gustando de vos es que me hacés jugar al limbo. Venís. Te me acercas. Pero retrocedés como veinte pasos. Ahí esta mejor. Lo suficientemente cerca para verte y pensar que te puedo alcanzar y lo suficientemente lejos para no poder tocarte, sentirte. Lo suficientemente lejos para pensar que en realidad no te tengo un carajo. Al final no se si todo ese jueguito de histérico lo hacés porque estoy por lo menos en un 0,00000001 de tu cerebro. O no estoy y solamente querés que yo este. Pero vos hacés como que sí. Haces como si no. Haces como que mas o menos. Que en realidad si, pero tengo miedo. Que en realidad no , no quiero que te sientas importante. Pero qué paja. Ni siquiera en ese juego perverso te me acercás para robarme un beso y dejarme flasheada por el resto del verano. Al final terminás jugando al limbo vos solo. Ya me aburrí de que me confundas sin motivos, sin una causa, sin ni siquiera darme de esos besos que tanto me gustan. Que paja otra vez. Y si. Va

Toco y me voy

Siempre te dije que eras un cagón. ¿Te acordás? Yo sí. Pero ese no es el punto. Mientras te ponías un cigarillo en la boca  seguramente pensabas “Otra pendeja de las tantas creyéndose más por decirme algo que ya sé.” Y sí. Ya sabía que lo sabías. Como no lo ibas a saber si actuabas como tal. Ibas por la vida cagando a trompadas corazones ajenos portando la bandera del “No quiero nada serio”. Te veía y me asqueaba ser testigo del orgullo que te daba sentirte destinatario de los whatsapps rebotados 5 am, de los tragos de más de las señoritas que habías abandonado algún sábado después de las 9 am. Pero me asqueaba en serio además porque una de esas señoritas había sido yo. 22 años y todavía seguía presa de las ficciones de Cris Morena que consumi en mis años de colegio. Que el malo se cree eternamente malo hasta que llega una mina. Ni muy ni tan. Ni muy simple para pasar desapercibida ni muy despampanante para opacar al que se cree capo. El problema y el doble filo siempre fue que me ide

Hoy tampoco

   Todos los viernes la misma historia. Pensar en el Viernes. Esperar el Viernes. Rogar que llegue. Aunque sea recién Lunes. O Miércoles. Los días intermedios siempre fueron un obstáculo a mi ansiedad. A esa ansiedad que se hacía más grande cuando llegaba el día estrella. Porque los Viernes eran un: " ¿y si sí?" "¿Y si era el día?" "¿Y si era el comienzo de algo grande? "'Y si al llegar a mi casa ya no solo volvía con tragos de más en vano?" Esos tragos que tomás después de las 4 am innecesarios, pero necesarios para sentirte en "esa" y que te impulsan a mandarte cagadas que te dan una excusa para volver riéndote a tu casa.    El viernes se convirtió en la razón de mis triunfos, y en la razón de mis noches de mierda. No importa si había tenido problemas en el trabajo, para mí el viernes a la noche iba a conocer al Chino Darín y me iba a llevar a vivir a España. (Lo conocí posta pero no me llevó a España. Bajón). Viviría eternament

Ni te gastes

    En mi familia siempre fue habitual obsequiar agendas cuando cambia el año (Bah digamos ese número prefijado por la Iglesia católica para marcar el nacimiento de Jesús). En fin, cada uno recibe ese presente. La encargada siempre fue mi mamá, quien con paciencia aborda las librerías los últimos días del caluroso diciembre. Librerías atestadas de gente que, como ella van a comprar calendarios, almanaques, y demás métodos de organización. Mamá me conoce a mí, y a toda mi familia. Nos conoce muy bien. A Pilar, de 92 años le regala una agenda más bien seria, monótona, de colores neutros, esas que solamente tienen el día que le corresponde a cada trazo de hoja cuidadosamente abrochada y sus franjas horarias. Mi madre se auto regala alguna con espiral, quizás con tapa blanda. Ni muy ni tan. Y a mí que tengo dos décadas vividas y dos palitos, alguna de esas agendas de tapa dura, con anillado. Con colores, información acá, allá, un emoji al lado del título (Sí, creeme que tienen título). So